Puntuación: 3 de 5.

El misterio de la vida no es un problema que resolver, sino una realidad que experimentar.

Mi perspectiva es únicamente cinematográfica. De la novela de Frank Herbert no he leído ni la primera página. No podré valorar si el trabajo de Denis Villeneuve en la adaptación de Dune es digno de admiración o si se quedó corto. Pero sí puedo considerar el filme como una pieza independiente con valor en sí misma independientemente del material del cual se inspiraron los guionistas. La historia nos dice que la adaptación de la saga de Herbert has sido una tarea difícil. Lo trató el chileno Alejandro Jodorowsky y no se pudo por temas de presupuesto, luego David Lynch en el 1984 en una película que fue muy mal recibida por la crítica.

Villeneuve llega con su Blade Runner 2049 (2017) debajo del brazo. Una especie de garantía de que podía con un proyecto de gran magnitud y de mucha relevancia en la cultura popular. En el universo de Dune la escala lo es todo, la trascendencia de la gran pantalla tenía que ser el aliado número uno. La forma iba a batallar en un mano a mano para imponerse, ante todo. Los planetas de Herbert y esas dunas de Arrakis precisaban de un presupuesto grosero para poder ser representados en pantalla con los estándares actuales. Lo demás, era saber si esos grandes escenarios se podían llenar con algo más que efectos visuales.

El mundo de Dune

Paul Atreides (Timothée Chalamet) es el hijo del Duque Leto Atreides (Oscar Isaac) y la Dama Jessica Atreides (Rebecca Ferguson). Paul ha sido educado y formado para ser el sucesor en el ducado de la Casa Atreides en el planeta Caladan. Una orden llega hasta la familia Atreides y deben emprender una nueva misión en el planeta desértico Arrakis. Esta nueva aventura pone en peligro los planes del Duque Leto y Paul tendrá que confrontar su destino. El guión de Dune se desarrolla sobre la base de una disputa feudal intergaláctica mientras trata de cautivarnos con la historia del camino del héroe. Cada una de esas fichas que se mueven en el tablero tienen miles de páginas que la soportan, pero en su versión cinematográfica deben condensarse en 2 horas y 35 minutos.

La historia fluye sin tropiezos y se puede digerir sin tener que poseer un conocimiento profundo del material original. Pero ese Paul, su familia, sus amigos y sus enemigos sufren para trascender la pantalla. Los vemos ahí en sus batallas o sus diálogos existenciales y sentimos que no son más que marionetas que van de aquí para allá y no sentimos por ellos. Poco nos importa si esos espantosos gusanos que habitan las dunas los devoran. La música de Hans Zimmer (Gladiator, No Time To Die) y la cinematografía de Greig Fraser (Zero Dark Thirty, Vice) salvan el día para Villeneuve que muestra más creatividad para su propuesta visual que para expresar su discurso. El espectáculo cinematográfico de Dune nos aplasta, en la gran pantalla es una sobredosis de cine y nos recuerda que los muchachos de Hollywood son amos y señores en el oficio y que la técnica la dominan a la perfección.

Así como los contrastes de los planetas que nos hace imaginar Dune, así también es la divergencia entre la forma y el fondo. Villeneuve se juega todas sus fichas para fascinar a los sentidos mientras deja muy poco para cautivar la razón. Las grandiosas batallas y el héroe que ante toda adversidad conquista su propósito nos hacen sentir que hemos visto mucho pero que en el fondo nada ha trascendido.