Puntuación: 5 de 5.

La Zona de Interés recibe al público con una pantalla negra que se llena con un sonido ominoso que nos hace anticipar lo peor. Imaginamos que cuando por fin aparezca esa primera imagen en la pantalla será algo aterrador. Pero la intención del director Jonathan Glazer es otra. Lo primero que vemos es un plácido día de campo y a una familia que disfruta a la orilla de un río. Aunque lo que vemos no tiene nada perturbador ya la anticipación y la música han creado en la audiencia el objetivo de inquietar y hacer que la mente se invente escenarios angustiantes.

Tal cual esa primera secuencia el filme utiliza la música y el fuera de campo para construir una narrativa que nos va golpeando psicológicamente de manera metódica, lenta pero implacable. Volvemos a posicionarnos en el contexto de la Polonia ocupada por los Nazi. En específico nos vamos al funesto campo de concentración en Auschwitz. Ahí seguimos la vida del comandante alemán Rudolf Höss (Christian Friedel), su esposa Hedwig (Sandra Hüller), sus niños y hasta su perro. La familia vive plácidamente en una inmensa casa, con hermosos jardines, al otro lado de la pared… desolación y terror. Contrario a lo que estamos acostumbrados en los filmes sobre el holocausto en La Zona de Interés no tenemos de manera explícita las atrocidades del holocausto. El horror se nos mete en las venas con los sonidos que se escuchan en la distancia, la música que siempre nos oprime y la tensión constante que permanece de principio a fin.

La zona de interés

El director de fotografía Lukasz Zal ha estado detrás del lente en dos de mis películas favoritas de los últimos años: Ida (2013) y Cold War (2018) aquí vuelve a enseñar ese gran talento que tiene para capturar el alma humana con cada encuadre. Su cámara se desliza por los pasillos de esa casa y en ocasiones solo se queda fija para hacernos cómplices como espectadores culpables. Sabemos lo que trascendió tras esa pared que separa al comandante Höss y a su familia del infierno. No necesitamos verlo, basta con ponernos en el contexto y ver esos detalles sutiles que resultan espeluznantes. La repartición de las prendas de vestir, las cenizas que sirven de abono para las flores, el niño que juega con inocencia mientras en la distancia podemos escuchar a un hombre clamar por su vida.

…La vida que disfrutamos merece mucho el sacrificio.

La narración visual de La Zona de Interés es el arco y el universo sonoro es la flecha. Mica Levi (Under the Skin, Monos) convierte su composición en un personaje mas dentro del filme. Cada nota nos habla de lo que la cámara no nos enseña, es la música la que nos hace imaginar el sufrimiento que se vive al otro lado de la pared. Glazer se muestra en control total de la puesta en escena y de su narrativa, estamos ante su mejor película y en la que deja ver gran madurez en el arte de contar historias. Cuando el tercer acto se acerca a su fin el británico nos regala una secuencia perfecta y que resume el viaje de ese Rudolf Höss. Justo cuando el comandante Nazi ha obtenido lo que tanto desea llama a casa para compartir su la alegría de su logro. Lo vemos salir de un despacho y camina por un pasillo desolado, se dispone a bajar unas escaleras que se hacen cada vez mas oscuras, se detiene mira a la distancia donde apenas atisba un poco de luz, nos transportamos a otra época por unos instantes y volvemos al descenso de Höss hacia la oscuridad absoluta.