El arquitecto norteamericano Frank Lloyd Wright sentenció: Orden a partir del caos. Bien podríamos ajustar esa premisa a muchos de los personajes del director chileno Pablo Larraín. Su Raúl Peralta que interpretó el talentoso Alfredo Castro en Tony Manero (2008) podría situarse en el epicentro de ese caos. Con su más reciente Ema ese universo caótico que ebulle en sus personajes cobra proporciones épicas y en igual medida el discurso de Larraín encuentra un orden perfecto al ritmo de la anarquía discursiva de sus protagonistas.

La minuciosidad del oficio ha convertido al cineasta chileno en un verdadero autor. Tarea difícil la de conseguir establecer un sello o marca de fábrica en cualquier campo de las artes y eso precisamente lo que ha logrado el hombre de películas como: Post Mortem (2010), No (2012) y El Club (2015). Ver una secuencia y su puesta en escena basta para reconocer su estilo. Igual pasa con sus personajes, sus mundos y sus razones, cuando hablan creemos escuchar al señor Larraín discurseando.

El fuego de Ema

Ema (Mariana Di Girolamo) es una bailarina profesional, Gastón (Gael García Bernal), su esposo, es un coreógrafo. Cuando entramos en sus vidas su relación está en un punto de quiebre. Una adopción fallida desencadenó una serie de eventos funestos que han puesto a Ema y Gastón contra las cuerdas. Se hieren mutuamente y las frustraciones del pasado dominan el escenario. Antes de entender todo vemos en la primera escena un semáforo en llamas, es Ema la responsable. Desde ahí el director define su personaje y los motivos que impulsan a esa fuerza incontrolable. Nada la puede gobernar y menos la normas o imposiciones de la sociedad o el sistema.

“Cuando tú sepas lo que estoy haciendo y por qué, te vas a horrorizar”

Ese falso fuego solar que adorna las coreografías de Ema y sus compañeras al inicio del filme se materializa en sus acciones. Ella es el fuego que da vida y la quita. Su calor es necesario y nos alimenta, pero si nos dejamos arrastrar hasta acercarnos demasiado nos mata, no podemos aguantarlo. El guión de Guillermo Calderón (El Club, Neruda) y el debutante Alejandro Moreno hace de la simbología del fuego su espina dorsal. Metafóricamente Ema es fuego y oscila tan errante y devastadora como las flamas que eyacula con un lanzallamas por las calles de Valparaíso. Igual nos enfrentamos a un drama familiar desgarrador que sirve para desarrollar varias tesis sobre la maternidad, el matrimonio y la juventud marginada por el sistema.

El cine que encontramos

La cámara de Sergio Armstrong, un habitual de Larraín, hace maravillas para dibujarnos con colores ultra saturados el mundo de Ema. Cuando el lente no le sigue desde atrás en su peregrinar, la encuentra devastadora en los primeros planos. Igual nos impresiona con las secuencias nocturnas o al despuntar el alba. La cinematografía de Armstrong es el corazón que bombea la sangre para que los escenarios de Estefanía Larraín (No, Neruda) cobren vida en el magnífico diseño de producción.

Ema

Maria Di Girolamo (Google images)

Ema es ese visitante de que encarnó Terrence Stamp en Teorema (1968) y es también Alex DeLarge de La Naranja Mecánica (1971) con todo y sus drugos, que igual danzan por las calles vandalizando y destruyendo, aunque no al son de acordes de música clásica sino con ritmos más modernos. Podemos encontrar muchas influencias en los conceptos de Larraín, no solo Kubrick y Pasolini. También vemos a Nicolas Winding Refn en la paleta de colores y su uso para resaltar las emociones. Aparece por igual Mike Nichols en los hirientes diálogos que nos hacen revivir momentos de ¿Quién le teme a Virginia Woolf? (1966).

El musical de Larraín

El tour de force que ofrece Mariana Di Girolamo arrasa con todos, literalmente. Es la música de Nicolas Jaar (Dheepan) el elemento del lenguaje que nos arrastra hasta el corazón de nuestra protagonista. Podemos sentir, desprecio, rabia, lástima y hasta compasión por esa mujer que consigue lo que quiere sin importar el precio. La composición de Jaar nos conecta con las emociones y habla en los silencios cuando la cámara se queda fija en la intensa mirada de Ema.

Otro punto interesante es la forma como Larraín utiliza los códigos del musical. El director usa las claves de este género de forma más que justificada y en algunas secuencias se decide por una edición estilo videoclip. A ritmo de “Real” y “Destino” de E$tado Unido, se componen perfectas secuencias de transición que rompen el ritmo y muestran una maestría absoluta del realizador chileno. El filme fluye entre géneros sin tropiezos.

Ema se cuenta con breves saltos temporales que se mueven con el mismo orden caótico con el que se mueve esa alma rebelde. En su esencia más pura el filme es un estudio de personaje, lleno de metáforas que abren la posibilidad para múltiples lecturas. Su fuego seduce, nos hace sentir vivos y nos acercamos más y más hasta que ardemos.

9/10