Con Dolor y Gloria Almodóvar expulsa algunos demonios. El director manchego es una marca registrada, una referencia en el mundo del cine. Después de Volver (2006) había estado en un letargo creativo y con la excepción de La Piel que Habito (2011) sus películas parecían redundar y no encontrar la voz que le ha hecho merecedor de todos los honores en la industria del cine. Con su más reciente filme vuelve a escarbar en sus orígenes y se ayuda de la introspección para poner en pantalla un filme cuasi biográfico.

Estamos ante el filme más personal del director español. La perfección y la genialidad que brotaban en el pasado vuelven a asomar. En un tono por momentos biográfico Almodóvar enseña el alma y muestra, disfrazada de ficción, su vida. En su carrera nunca hubo un intervalo mayor a dos años entre una producción y otra, en las décadas de los 80 y los 90 sus películas fluyeron a un ritmo vertiginoso. El muchacho de Calzada de Calatrava fue amo y señor. Dolor y Gloria florece después de pausa de tres años y nos regresa al Almodóvar más puro.

DOLOR Y GLORIA, EN ESE MISMO ORDEN

Salvador Mallo (Antonio Banderas) es un director de cine que reflexiona sobre su pasado. Mallo atraviesa una crisis existencial y un soplo del pasado lo mueve a abrir viejas heridas para sanar su presente. Un encuentro con una vieja amiga, Mercedes (Nora Navas) lo empuja a salir de su encierro para una presentación especial de la que fuera su película más importante. Y así una cosa lleva a la otra, Salvador decide reencontrarse con Alberto (Asier Etxeandia) quien fuera el protagonista de su filme y con el que no habla hace más de treinta años.

El diseño de producción de Antxón Gómez (Todo Sobre Mi Nadre, La Piel que Habito) junto con la dirección de arte de María clara Notari (Relatos Salvajes, Los abrazos Rotos) nos sumergen en el universo visual de Almodóvar. Los colores y los escenarios vuelven a ser protagonistas, el lenguaje se enriquece con la puesta en escena.

Antonio Banderas

Antonio Banderas (Google Images)

DE BANDERAS A CRUZ

Para Antonio Banderas esta es su octava colaboración con Almodóvar, mientras que para Penélope Cruz es su quinta. Ellos se convierten en piezas para armar el rompecabezas que constituye el pasado que el director remueve. Ambos han sido por igual elementos claves en la carrera de Almodóvar.

Banderas se muestra superbo y abraza su papel con una fuerza impresionante. Su interpretación sostiene el filme y por la forma que se narra la película su desempeño era vital. Si miramos a Penélope el director se refugia en ella para esbozar los recuerdos maternos de su infancia.

Uno que trabaja por primera vez con el director en Dolor y Gloria es Asier Etxeandia. El veterano actor vasco nos regala un monólogo potente en la piel de Alberto. Las secuencias de Alberto y el Salvador de Banderas son de lo mejor del filme. Por igual hay un momento entre Salvador y Federico (Leonardo Sbaraglia) que sube la tensión al máximo y nos recuerda la maestría de Almodóvar a la hora de manejar secuencias de diálogos intensos.

EN EL CINE COMO EN LA VIDA

Almodóvar no tiene miedo a desnudarse y aunque ya ha admitido que Dolor y Gloria no es un calco de su vida, lo que muestra se compone de recuerdos entremezclados con dosis de ficción. Es el cine mirando al cine, es realidad y ficción sin líneas claras. La pantalla no es un límite sino una ventana que nos deja entrar a lo más profundo de la mente y el alma de un director que sin el cine se asfixia.

Dolor y Gloria se convierte en un homenaje al cine que sirve a la vez como terapia para un director que recurre a su mejor herramienta para hacer las paces con su pasado.

8/10