La maternidad siempre ha sido un objeto del deseo para el cine. A la mente me vienen un montón de títulos. Empezaría por uno más que obvio, Todo sobre mi madre (1999) de un Almodóvar en plena forma. Como esa del manchego podríamos mencionar muchas, pero eso sería asunto de otro artículo. La que ahora concierne es Asia (2020) de la directora israelí Ruthy Pribar, que hizo su debut en la edición digital del Festival de Tribeca 2020. Su paseo por el tradicional festival de la ciudad de los rascacielos terminó con tres premios en la categoría de película internacional: mejor actriz, mejor cinematografía y el galardón Nora Ephron para la directora.

Este largometraje marca el debut de Pribar que ya había trillado un camino con sus cortometrajes. El programa Cinefondation de Cannes le abrió las puertas y allí la directora se formó. Explorando el tema de las relaciones madre-hija la cineasta se aventura a probar suerte en el largometraje de ficción. La historia también es de su autoría lo que nos hace pensar en el absoluto control que pudo tener sobre el material final. Como todos los temas que involucran relaciones humanas, la línea entre el melodrama empalagoso y el drama contundente es muy delgada. Por ahí caminó, sin miedo, para construir una película sólida.

Madre sólo una

Asia (Alena Yiv) parece presa de la maternidad. La maternidad es su condena y no un regalo. Sus días se consumen entre la rutina del hogar y su trabajo como enfermera en un hospital en Jerusalén. Su hija Vika (Shira Haas) pasa sus días tratando de evitar el contacto con su madre y cuando no está en casa mata sus horas en un parque consumiendo drogas y alcohol. Es fácil construir en nuestras mentes el mundo de Asia y Vika. El guión resulta efectivo en la introducción y bastan unos minutos para que se establezca un marco de referencia claro. Desde esa secuencia de apertura con Asia bailando a todo dar y el corte siguiente que nos pone en el inestable nido familiar, podemos definir los dos personajes centrales.

El guión de Pribar nos posee giros que nos dejan sin aliento, mas bien se nos da una historia con una línea de tiempo bien marcada y con puntos de inflexión que se pueden predecir. Es en los diálogos y en las actuaciones que descansa toda la fuerza de la historia. La situaciones comunes y cotidianas se vuelven relevantes porque hemos conectado emocionalmente con esa madre que sufre y con una hija que agoniza atravesando la adolescencia. El discurso de la directora se mantiene firme y prepara el escenario para los momentos claves que llevan a los personajes a tomar decisiones determinantes. Su cuidado de los detalles en la puesta en escena la hacen lucir como una veterana y en las secuencias de intimidad emocional muestra lo mejor.

Asia

(Alena Yiv y Shira Haas, Google images)

Asia y Vika

La cámara de Daniella Nowitz (Watch List, Deep Murder) es la otra protagonista. Siempre acertada en los ángulos para retratar no sólo los escenarios sino también las emociones de esas dos mujeres que se reconcilian a través del dolor. Siempre cercana a los personajes y siempre buscando los rostros la fotografía de Nowitz es impecable. El caótico mundo Asia y Vika se retrata con ternura sin caer en cursilerías, se nos da la vida mismo sin filtros.

Asia es un drama familiar intenso que se construye sobre dos potentes interpretaciones y que desde un análisis de personaje (por partida doble) plantea temas de carácter universal. La narración de Pribar no titubea a la hora de confrontar al espectador con los dilemas éticos y morales que nacen sobre todo en la figura de Asia.

8/10