Puntuación: 5 de 5.

Cuenta la leyenda que la inspiración llegó por El idiota. Pero no cualquier idiota sino el que parió Dostoievski. Bresson encontró su musa repasando las páginas de la clásica novela y en especial ese momento en el que el príncipe Myshkin reflexiona sobre el rebuznar de un asno tendido en el suelo. De ahí nació la que hoy es considerada como una de las obras maestras del cine Al Azar Baltasar. Para Robert Bresson este sería su séptimo largometraje, como si el destino hubiera querido hacer un guiño con eso de la perfección del siete. Películas como Un condenado a muerte se ha fugado (1956) y Pickpocket (1959) ya habían puesto su nombre por todo lo alto.

El camino de Baltasar comienza cuando Marie (Anne Wiazemsky), junto a otros niños, lo encuentran y lo bautizan. No es todos los días que un asno es bautizado, pero así inicia el relato de Bresson. Los niños irán creciendo y Baltasar irá pasando de dueño en dueño para que sus desventuras sirvan como pretexto al director para plasmar una historia que habla de la vida misma, de la esencia del ser humano. El paralelismo entre las vidas de Marie y Baltasar divide el discurso de Bresson en episodios que nos hacen reflexionar sobre los siete pecados capitales que en mayor o menor medida inciden en el guión.

Pobre Baltasar

Bresson utiliza lo mínimo posible para la puesta en escena y se ahorra los diálogos extensos. Nos muestra lo justo y nos dice solo lo necesario. Así construye una historia contundente que nos inquieta con cada fotograma. Del cariño y la ternura de los niños Balthazar pasa a las manos ásperas de los adultos, bondad y crueldad se anteponen y el discurso del director se engrandece. Fabulosa la actuación que nos regala Anne Wiazemsky como Marie, es fácil conectar con ella y sentir su sufrimiento y dolor a medida que pasa de la niñez a la adolescencia. La yuxtaposición entre Marie y Baltasar es el pilar que ayuda al director para que la audiencia reflexione sobre los dilemas más profundos de la existencia humana.

La cámara de Ghislain Cloquet (Love and Deatch, Tess) retrata de manera magnifica el alma de Baltasar y también los sentimientos más profundos de Marie. Los primeros planos no solo recogen de manera fabulosa las expresiones, también nos permiten ver debajo de la piel y conectar en un plano más profundo con los personajes. La edición por parte de Raymond Lamy (un habitual colaborador de Bresson) es impresionante y marca el tono de la narrativa de acuerdo con el estilo del director. Con los cortes de Lamy tenemos planos y contraplanos maravillosos. La marca registrada Bresson se nos da con los planos de detalle que muestran las manos actuando y expresando más que los registros faciales en determinados momentos.

Al Azar Baltasar es una obra que trasciende el tiempo y que mezcla el realismo con la poesía para darnos un relato que explora temas complejos sobre la naturaleza humana. Bresson lo hace con su estilo característico que pone en primer lugar la atención al detalle para concebir una estética visual impresionante.