Reposando sobre el césped la cámara encuentra a los soldados de primera clase Blake (Dean-Charles Chapman) y Schofield (George MacKay). El único momento de paz que sus almas encontrarán antes de que el reloj comience su cuenta regresiva. El placido momento se interrumpe de forma súbita y en un abrir y cerrar de ojos Blake y Schofield están recibiendo órdenes para embarcarse en una misión que parece imposible. 1917 nos mete de lleno en uno de los momentos más críticos de la Primera Guerra Mundial y ahí nos acerca con precisión microscópica a las desventuras de esos dos soldados. No importa la magnitud del conflicto, los dilemas morales y las razones de Blake y Schofield son el mundo. Sam Mendes ha concebido una epopeya cinematográfica para plasmar el absurdo de la guerra.

Mendes construye el guión con ayuda de Krysty Wilson-Cairns (Penny Dreadful) y su dedicatoria final nos confirma que la intención es honrar a los combatientes de la llamada “Gran Guerra”. Su abuelo, Alfred H. Mendes fue parte de la historia y con sus relatos el director se ayudó para construir el universo de 1917. Aún cuando estamos ante una película sobre la guerra la historia se economiza las grandes secuencias de batalla y descansa su fuerza en el discurso anti-bélico que brota del periplo de Blake y Schofield.

SENDEROS DE GUERRA

Si hay algo que puede hacer que 1917 supere la prueba del tiempo es su magnífica puesta en escena. La cámara del experimentado Roger Deakins (No es país para viejos, Skyfall, Blade Runner 2049) se convierte en protagonista absoluta. El lente no descansa y persigue a nuestros protagonistas con la ferocidad de un corresponsal de guerra, respira a su ritmo y se reviste de una omnipresencia inquietante. Los planos secuencia se montan de una forma tal que imaginamos al filme como una larga toma de principio a fin. Esas tomas largas generan una intensidad que nos quiebra los nervios, el pulso narrativo de Sam Mendes se conjuga con la destreza del lente de Deakins para poner al espectador a merced de la historia.

“Esperaba que hoy fuera un buen día. Cosa peligrosa es la esperanza.”

El suspense se convierte en la herramienta esencial para que 1917 pueda trascender. Además de que la historia se cuenta de manera lineal nos enfrentamos a un contrarreloj. Blake y Schofield no solo tienen la misión de salvar la vida de 1,600 hombres, sino que tienen el tiempo en su contra para consumar su objetivo. El enemigo es la incertidumbre de los caminos de nuestros protagonistas, el miedo a lo desconocido se instala en nuestras mentes y no nos deja hasta el final. Cuando el lente de Deakins se pasea por las trincheras la mente nos lleva hasta Kubrick y su Senderos de Gloria (1957). Imposible no pensar en ese claro homenaje al trabajo de Kubrick y su cinematógrafo Georg Krause. También en la premisa inicial se puede conectar la historia de Mendes con la épica de guerra de Spielberg, Salvando al Soldado Ryan (1998). Hay puntos estructurales en ambos filmes que obedecen a los mismos principios creativos.

1917

George MacKay (Google Images)

LA GUERRA DE BLAKE Y SCHOFIELD

Las interpretaciones de Dean-Charles Chapman y George MacKay son la otra pieza fundamental. Es fácil conectar con ellos gracias a lo bien definido que están sus personajes. Son las situaciones las que nos ayudan a definirlos y los diálogos puntuales ayudan a llenar el trasfondo emocional. El Blake de Chapman se mueve por la fuerza de la sangre y un ímpetu propio de la juventud. Para el Schofield de MacKay la motivación es menos clara y la vamos descubriendo a medida que avanza el filme, el apego y un sentido de lealtad asoman cuando se llega al punto crítico.

Sam Mendes ha concebido una película heroica y no en el sentido de los que prevalecen en la guerra sino en el plano cinematográfico. La majestuosidad visual de 1917 se combina de manera perfecta con una historia coherente y contundente.

9/10