Eddington es el cuarto largometraje del director Ari Aster, un cineasta con una filmografía breve pero absolutamente contundente. Aster ha logrado lo que muchos directores persiguen durante toda una carrera: un estilo propio. Podemos distinguir a leguas su estilo, la atmósfera y el tono inquietante que le impregna a sus historias. Su macabro humor se filtra incluso en los momentos más perturbadores. Nunca habrá un punto medio con sus filmes, traza líneas muy fuertes y obliga a que la audiencia se pare de un lado o del otro.
Luego de caminar por los senderos del terror con Hereditary (2018) y Midsommar (2019), Aster nos entregó un oscuro drama psicológico con Beau Is Afraid (2023). Ahora con Eddington (2025) el neoyorkino se inspira en el western para entregarnos una historia que es, hasta este punto, la más política de su carrera. Una afilada crítica social y política entregada con un perverso humor negro y una ambientación digna de los grandes duelos del viejo oeste.
Durante la pandemia del COVID, en un pequeño pueblo ficticio del suroeste de Estados Unidos, el sheriff y el alcalde se enfrentan en una lucha de poder por el control de la ciudad. Lo que comienza como un conflicto político pronto se transforma en un duelo personal que desata una espiral de violencia y caos imposible de contener. Joaquin Phoenix interpreta a Joe Cross el sheriff escéptico y Pedro Pascal es Ted García el político astuto que ve una oportunidad en medio del caos. Sobre esos dos ejes, Ari Aster construye su guion y nos conduce con precisión del drama al humor negro y de la acción a la sátira. Cada diálogo y cada situación están calibrados con cuidado para revelar, detrás del caos y la ironía, una aguda crítica sociopolítica que atraviesa toda la película.
Eddington es el típico viaje de Aster: una inmersión lenta y perturbadora en la mente humana. Aunque reserva el momento más visceral para el último acto, va golpeando lentamente nuestra psiquis y el daño emocional lo crea desde la tensión mucho antes de que veamos en pantalla de manera gráfica la inevitable masacre. Con un Joaquin Phoenix entregando en pantalla el calibre de actuación al que nos tiene acostumbrado y con Pedro Pascal haciendo la contra parte perfecta, la película se para en un terreno firme. La música y la cinematografía se combinan de manera perfecta para crear la ambientación clásica del western y cada enfrentamiento entre ese Joe Cross y Ted García evoca con fuerza los duelos inmortales del cine de vaqueros.
Esperamos —casi con un morbo inevitable—, el momento que Aster nos sacuda como nos tiene acostumbrados. Pero Eddington quema a fuego lento y cuando se desata la locura nada nos puede preparar para esa secuencia final. En ese clímax se conjuga toda la maestría de un director que domina cada detalle de la puesta en escena y que ejecuta su visión con una precisión quirúrgica. Desde el caos emerge un potente discurso sobre el poder político, la descomposición moral y lo irracional que puede llegar a ser el ser humano cuando enfrenta situaciones extremas. Aster rinde un homenaje al western combinando la violencia externa con la tormenta interior de sus personajes y en el proceso nos muestra que la frontera entre el orden y la locura es muy delgada.





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