Si el hombre está dotado de juicio y fuerza creadora, es para multiplicar lo que ha sido dado y, sin embargo, hasta ahora, lejos de crear nada, lo que haces es destruir…
(Tío Vania, Anton Chéjov)
Es desde la pérdida que los personajes de Drive My Car (2021) van construyendo sus vidas. El director Ryûsuke Hamaguchi (Happy Hour, Wheel of Fortune and Fantasy) engendra un drama sutil pero afilado que va descubriendo capas en cada uno de sus personajes para hacer que la audiencia conecte con todos los sentidos. Es mucho lo que Hamaguchi nos quiere contar y sus personajes están sobrados de profundidad, pero no hay prisa. El ritmo pausado y enérgico nos lleva por esas tres horas de metraje sin que nos enteremos del paso de los segundos.
Lo primero que vemos es a Oto (Reika Kirishima) está sentada en la cama, pero sólo podemos discernir su silueta gracias a un espléndido contraluz que la envuelve. Le narra a su esposo Yûsuke (Hidetoshi Nishijima) su sueño, mientras este yace plácidamente en la cama y la contempla con fascinación. Luego la rutina. Prepararse para el trabajo, conducir al trabajo y cansarse con la costumbre. Yûsuke es un reconocido actor y director de teatro mientras que Oto trabaja para una cadena de televisión escribiendo guiones. Antes de que el título de la película aparezca en pantalla y rueden los créditos ya han pasado 41 minutos y sentimos que hemos visto la precuela de la historia que se va a desarrollar a partir de ese momento.
El carro rojo
El guión de Drive My Car tiene como base la historia corta homónima de Haruki Murakami. Es cuando Yûsuke acepta la responsabilidad de montar en un festival en Hiroshima la obra de Chéjov, Tío Vania, que el relato comienza a hacerse más complejo. Misaki (Tôko Miura) se convierte en su chofer y una vez sus vidas se cruzan es imposible separar las similitudes que los unen. Sin saberlo el maduro director encontrará en esa joven reservada y solitaria un alma que armoniza con la suya.
El director que tiene todo en control, el hombre que había organizado su vida hasta el último detalle poco a poco pierde el control y tiene que dejarse llevar para no sucumbir ante el peso del duelo. De el asiento del conductor pasa a ser un pasajero en la parte trasera. Mientras Misaki conduce por las calles de Hiroshima su preciado Saab 900 Turbo 1987, Yûsuke comienza a conectar con sus sentimientos y a ver su vida desde otra perspectiva. Soltando el volante y dejándose guiar comienza a sanar heridas y a encontrar un propósito más allá de la rutina.
Poesía cinematográfica
Lo que construye Hamaguchi con Drive My Car es una poesía cinemtográfica. Desde el lente de Hidetoshi Shinomiya (Wet Woman in the Wind, Farewell Song) vamos viendo el renacer de unos personajes destrozados que recorren el camino a la luz y a una catarsis inevitable. La música de Eiko Ishibashi (The Albino’s Trees) adorna a la perfección las contantes travesías de Yûsuke y Misake, como también sus viajes internos llenando los elocuentes silencios con notas que se ajustan al estado emocional de los protagonistas.
Es común hoy en día encontrar perfección en la técnica, pero cuando el oficio lleva a dominar cada uno de los elementos del lenguaje cinematográfico se combina con actuaciones impecables y una puesta en escena inmejorable y una historia con la capacidad de trascender en el tiempo sin desmejorar, entonces estamos ante un filme con estirpe de obra maestra.