Como forma de arte el cine tiene en el su núcleo la vocación de entretener a la audiencia. Pecadores (2025) de Ryan Coogler comulga sin problemas con el arte audiovisual y con el espectáculo cinematográfico. El director y guionista compone una obra que permite el análisis crítico desde diferentes ópticas mientras deleita al público en un viaje digno de esos blockbusters veraniegos de una época ya pasada. Aquí la sustancia y la forma se combinan para crear un filme de género que juega con los clichés y los convencionalismos para encontrar una esencia propia.
Los gemelos Smoke y Stack (Michael B. Jordan en una doble interpretación) regresan a Clarksdale, su ciudad natal, enclavada en el Delta del Mississippi. Es 1932 y el ambiente sociopolítico tiene una mezcla de depresión financiera, segregación racial y prohibiciones en torno a las bebidas alcohólicas. Pero Smoke y Stack tienen un plan para encontrar prosperidad, un club nocturno clandestino. Con la ayuda de viejos conocidos pretenden darle al pequeño pueblo una vía de escape y a la vez llenar sus bolsillos. Pero una fuerza sobrenatural destroza esos sueños de un zarpazo y Somke, Stack y su grupo pronto se encuentran luchando por sus vidas.
El Blues de los Pecadores
Así como el blues, que acompaña a las vívidas imágenes de Pecadores, evolucionó a partir de influencias diversas como la cultura africana, el ragtime y los cantos religiosos y espirituales, así también evoluciona el filme de Ryan Coogler. Una fusión de géneros cinematográficos. El guion se estructura sobre la clásica historia de horror, pero se alimenta de afluentes. Por un lado, tenemos el drama de época que aborda temáticas sociales y políticas, de otra parte, nos llegan secuencias con número musicales y en el centro tenemos una película sobre vampiros con estacas al corazón, ajo, agua bendita y colmillos que procuran pescuezos palpitantes en busca de sangre.
Michael B. Jordan demuestra el gran talento que tiene en una interpretación doble en el role de los gemelos Smoke y Stack. No es sorpresa que pueda cargar el peso del filme con su carisma y fuerza en escena. Pero el resto del elenco también se luce, desde el debutante Miles Caton con el pequeño Sammie, pasando por Jack O’Connell que hace del líder de los maléficos vampiros y hasta llegar al veterano Delroy Lindo (Delta Slim) que se convierte en el desahogo cómico pero sus líneas son brillantes.
Donde Pecadores llega a su punto más alto es en su puesta en escena la música de Ludwig Göransson (Tenet, Black Panther: Wakanda Forever) se convierte en un personaje más y sus acordes hacen que los fotogramas de la cámara de Autumn Durald Arkapaw cobren una fuerza especial. La película de 65mm recoge la grandeza de esos paisajes con una textura única. Este formato le permite al director Coogler jugar con diferentes relaciones de aspecto en la pantalla, especialmente para esas secuencias filmadas para las salas IMAX donde las imágenes absorben toda la pantalla.
Pecadores no es una película perfecta pero su estructura funciona muy bien y es efectiva entregando lo que una película de este tipo debe procurar, entretenimiento. La impecable introducción de Smoke y Stack, el momento del debut del pequeño Sammie con su blues sobrenatural, en lo que es tal vez la secuencia mejor lograda del filme, hasta llegar al violento y catártico final. El filme encuentra una voz propia dentro de las formulas que proponen las películas de género. Su grandilocuencia nos absorbe y nos roba el aliento y su impacto trasciende al plano audiovisual.
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