La célebre novela “El señor de las moscas” de William Golding sirvió de inspiración para esta Monos (2019). No es una adaptación de la obra del británico, pero el director Alejandro Landes le hace un homenaje. Esa remota montaña y luego la jungla bien podría ser la isla de Ralph, Piggy y Jack. Con los códigos del thriller Landes construye un drama sobre la adolescencia, sus dolores y sus traumas. Ese mundo alterno en el que viven los ocho adolescentes que protagonizan el relato de Landes se nos da como metáfora de la vida.
Monos siempre va in crescendo, la evolución de los personajes nos mantiene en una posición vulnerable. Desde la introspección el guión construye una historia intensa y ágil. El balance entre, el discurso que nos mueve a reflexionar sobre la conducta humana y la influencia que ejerce el mundo sobre el comportamiento y la aventura, le otorgan una cualidad muy particular para complacer a nichos de públicos muy distintos.
Los Monos
Rambo, Lobo, Leidi, Sueca, Pitufo, Perro, Bum Bum y Patagrande, protegen a una prisionera en la cima de una montaña. Ellos sólo siguen ordenes de “La Organización”, Mensajero (Wilson Salazar) es el responsable del grupo y su único contacto con el mundo exterior. La monotonía es la norma y los días transcurren entre sus entrenamientos militares y sus escapadas emocionales en rituales nocturnos en torno al fuego. Esa recóndita montaña colombiana es una especie de castillo y como en todo castillo hay una jerarquía. Hay reyes, príncipes, bufones, doncellas, un calabozo e invasores que intentaran saquear el fuerte. Viven bajo un código que les ha sido inculcado, pero también hacen sus propias reglas.
El guión, en el comparten créditos el director y Alexis Dos Santos (Unmade Beds), se posiciona firme como un estudio de personaje, pero también descarga con fuerza un discurso de crítica social. El descubrimiento y la exploración propia de la pubertad también se plantean en el caótico mundo de estos jóvenes. El ambiente hostil se convierte en protagonista y catalizador. Esa doctora es una ficha de negociación que los paramilitares guardan de manera celosa, pero es también el único elemento que aporta valor a la vida esos muchachos.
La retribución es el sentido de pertenencia y bajo esa doctrina el bien común debe estar por encima del bien privado. En un momento les entregan a Shakira, una vaca lechera, pueden ordeñarla, beber su leche, pero cuando llegue el momento tendrán que rendir cuentas y devolverla. Podría ser Shakira la misma sociedad que le cobra con creces cualquier cosa que puedan obtener.
El mundo, aquel mundo comprensible y racional, se escapaba sin sentir (El señor de las moscas)
Los olvidados
Jasper Wolf (Instinct, Paradise drifters) hace maravillas con su cámara. Retrata las emociones de los Monos en unos primeros planos impecables y también impresiona con los majestuosos planos de las nubes abrazando a esa montaña mágica de Lobo, Leidi, Rambo y los demás. El ritmo del filme cambia cuando bajan de la montaña y se internan en la jungla, igual cambia la forma como la cámara se desplaza. Con una cadencia más dinámica sigue las trepidantes persecuciones.
Los Monos se asemejan a Los Olvidados (1950) de Buñuel. La misma espiral destructiva que envolvió al Jaibo en el clásico mexicano, arropa también a Patagrande. El grandioso tercer acto se llena de referencias, apreciamos un guiño a Apocalypse Now (1979). Ese Patagrande emergiendo de la penumbra camuflado de negro, como si fuera el Capitán Willard de Martin Sheen. Igual sentimos un aire al cine de Michael Haneke, sobre todo, en la forma en como se maneja la violencia. Siempre está latente, pero en el tercer acto se despliega en una forma que acentúa la narración y al mismo tiempo nos inquieta. No importa lo que hayamos visto, cuando se desata la cacería final no hay reservas y la secuencia en la casa de la familia que ha acogido a Rambo es realmente estremecedora. Crédito debemos dar a la composición de Mica Levi (Under the Skin, Jackie), su música combina de forma perfecta con las imágenes.
Monos es primero poética, sublime. Luego brutal, despiadada y desesperanzadora. Alejandro Landes ha concebido una obra capaz de trascender en el tiempo.
10/10