Pocas películas logran la contundencia narrativa que alcanza Francesco Rosi en Manos sobre la ciudad (1963). En Venecia se llevaría el León de Oro y en el cine italiano marcaría un punto de inflexión dentro del movimiento del neorrealismo. El filme mantiene la esencia del neorrealismo con sus escenarios ambientados en locaciones reales y su compromiso con la realidad social, pero abre una nueva avenida con un discurso más político, más analítico y comprometido con la denuncia de las estructuras de poder. Esto se convertiría en la marca de fábrica de Rosi.
En Manos sobre la ciudad, Francesco Rosi desenmascara los engranajes ocultos del poder político a través de la figura de Edoardo Nottola (Rod Steiger), un constructor sin escrúpulos que, desde su escaño en el ayuntamiento de Nápoles, manipula decisiones urbanísticas en beneficio propio. El colapso de un edificio actúa como detonante de una investigación que revela la podredumbre institucional detrás del crecimiento urbano. Con mirada precisa y una puesta en escena casi documental, Rosi construye un retrato implacable de la corrupción como sistema.
Las Manos de la Corrupción
Desde los títulos de apertura sentimos esa fuerza omnipotente que arropa la ciudad de Nápoles. La cámara sobrevuela sus calles al compás de la poderosa partitura de Piero Piccioni. Desde las alturas todo se ve pequeño, esas casa y edificios parecen fichas que unas manos invisibles mueven a su antojo. Esas mismas edificaciones que se levantan con ambición terminan desplazando, sin remedio, a los más desamparados. Desde aquí empieza la denuncia de Rosi, con el reflejo de esos abusos que se cometieron en la Italia de la posguerra, cuando la reconstrucción se convirtió en una fuente de corrupción.
Rod Steiger, en el papel de Edoardo Nottola, ofrece una interpretación contenida pero poderosa, cargada de cinismo y ambición. Aunque fue doblado al italiano, su presencia física y su lenguaje corporal bastan para transmitir la frialdad de un hombre que se mueve con soltura en los pasillos del poder. Rosi lo filma con precisión quirúrgica, alejándose de los excesos dramáticos y apostando por una puesta en escena sobria. La dirección es no se vale de artificios sino que va directo al punto, y la edición —a cargo de Mario Serandrei— articula la tensión política con un ritmo firme, que nunca pierde el pulso ni la claridad. Cada plano parece estudiado para revelar no solo lo que se ve, sino lo que se oculta detrás de los discursos y las decisiones oficiales.
Manos sobre la ciudad es una película que trasciende el cine, aunque no fue censurada de manera absoluta si encontró resistencia a nivel institucional en Italia por parte de las autoridades para minimizar su impacto social y político. Es un ejemplo perfecto de como el cine puede ser una herramienta de crítica frente al poder y una obra que aún conserva en gran valor histórico.



