La obsesión de Hollywood con los remakes no es un fenómeno reciente. Mucho antes de la versión de House of Wax (1953) dirigida por André De Toth, el legendario Michael Curtiz —sí, el mismo de Casablanca— ya había explorado esta historia en Mystery of the Wax Museum (1933). De Toth retomó la base del filme de Curtiz, pero se vio obligado a moderar el tono macabro y las insinuaciones sexuales del original para ajustarse a las estrictas normas del Código Hays, vigente desde 1930 hasta finales de los sesenta. Décadas más tarde, la macabra atracción de esta historia volvería a cobrar vida con una nueva reinterpretación: House of Wax (2005), dirigida por el español Jaume Collet-Serra y protagonizada, entre otros, por Paris Hilton, que dio un giro más sangriento y abiertamente comercial al clásico del terror.
De las tres versiones principales, House of Wax (1953) de André De Toth es la que ha trascendido cómo un clásico del género del terror. Tal vez la razón más importante no está directamente relacionada a su calidad como obra cinematográfica. Lo que ha mantenido el filme de De Toth con vigencia dentro de la historia del cine es el hecho de que fue el primer largometraje en color en formato 3D producido por un gran estudio de Hollywwod, Warner Bros. En plena década del 50, cuando la televisión comenzaba a robarle público al cine, Hollywood buscó nuevas formas de recuperar la atención del espectador. El 3D surgió entonces como un reclamo irresistible, una experiencia visual pensada para devolver el asombro a las salas oscuras. House of Wax fue uno de los primeros grandes éxitos de esta tendencia fugaz, impulsando una breve fiebre por las películas en tres dimensiones. Su tecnología “Natural Vision” y esos efectos diseñados para saltar literalmente de la pantalla no solo eran trucos visuales, sino parte esencial del espectáculo que devolvía al cine su magia.
El Nacimiento de una Leyenda
Vincent Price da vida a Henry Jarrod, un talentoso escultor que ve su museo reducido a cenizas tras un incendio provocado por su socio. Dado por muerto, Jarrod regresa años después, desfigurado y obsesionado con reconstruir su obra… aunque esta vez sus figuras parecen demasiado reales. Con esta interpretación —la del artista torturado que transforma la belleza en horror— Price encontró el papel que marcaría su carrera. House of Wax no solo reveló su capacidad para combinar elegancia, tragedia y locura, sino que también lo consagró como el rostro inconfundible del terror sofisticado y decadente que dominaría los años 50 y 60.
El ritmo pausado y la estructura clásica del “monstruo trágico” imprimen a House of Wax una cadencia muy propia de su tiempo. Su fuerza descansa más en el espectáculo que en la tensión narrativa. A ello se suma la imponente presencia de Vincent Price, acompañado por Phyllis Kirk en el rol de la inevitable “dama en peligro”. Vista hoy, la película puede parecer prisionera de su artificio técnico, un producto concebido para deslumbrar más que para inquietar. Sin embargo, su valor histórico sigue intacto. House of Wax no solo consagró a Price como un ícono del terror, sino que también marcó un punto de inflexión en el cine comercial de los años 50, demostrando que el horror podía ser un espectáculo tan grandilocuente como cualquier otro género de Hollywood.






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