El romance del cine con las carreras de autos no es cosa nueva. Si bien F1 (2025) ha desatado la locura de los amantes del deporte motor por sus impresionantes secuencias de acción y la manera que retrata el mundo de la Fórmula 1, podemos irnos mucho más atrás para darnos cuenta de que este tipo de películas siempre han estado ahí. En 1932 el siempre osado Howard Hawks convirtió a James Cagney en un afamado piloto de carreras en The Crowd Roars. Fiel a su estilo Hawks retrató en celuloide una de las primeras películas sonoras que mostraba con un realismo bárbaro las carreras de autos, incluso utilizando circuitos de carreras reales para las secuencias de acción.
Mucho ha cambiado desde aquel cine de los años 30, sobre todo en el aspecto técnico. La sensación de peligro, la adrenalina y la intensidad de esas escenas de carreras se magnifican con el uso de nuevas cámaras, nuevas técnicas para la puesta en escena y el uso de nuevos métodos de edición combinados con los efectos digitales. Lo que dejó atónitos a las audiencias de los años 30 es lo mismo que ahora le roba el aliento al público de estos tiempos. En esencia es la destreza técnica con los recursos de la época lo que marca la diferencia.
F1 Adrenalina y Espectáculo
En F1, Joseph Kosinski nos lleva por terrenos familiares con una historia accesible que se apoya en fórmulas narrativas bien conocidas y ampliamente exploradas en el cine. Sonny Hayes (Brad Pitt) fue en su momento un prodigio en la Fórmula 1, pero sus mejores días han quedado atrás. Hoy es un veterano errante, saltando de una oportunidad a otra sin rumbo claro. El pasado lo alcanza en la figura de Ruben Cervantes (Javier Bardem), un viejo amigo que le ofrece una última posibilidad de regresar a la élite del automovilismo… y quizás también una oportunidad de redención.
El director Kosinski logra a nivel técnico con F1 los mismo que consiguió con Top Gun: Maverick (2022). Cambiamos los aviones caza por los bólidos de las pistas de carreras. Desde la majestuosa secuencia inicial en la que se nos presenta ese Sonny Hayes y su ritual antes de ponerse al volante al ritmo de Led Zeppelin con Whole Lotta Love, sabemos lo que el filme propone. Estamos ante una película que busca ganarse a la audiencia desde sus personajes y las secuencias de acción y no con su historia. Los reales protagonistas aquí son los del equipo técnico detrás de cada composición en la pista y el equipo de edición.
La mayor fortaleza de F1 también se convierte por momentos en su mayor debilidad. La banda sonora que acompaña cada carrera llega a saturar y no aprovecha al máximo la composición de Hans Zimmer. Hay momentos precisos donde los silencios y las notas precisas de Zimmer agregaron el valor necesario para aumentar la tensión, especialmente en el clímax de la carrera final. Pero esos momentos son escasos.
Lejos de la profundidad argumental que han alcanzado otras incursiones cinematográficas en el mundo de la Fórmula 1 como Grand Prix (1966) o Rush (2013), F1 apuesta por una fórmula más sencilla, donde todo recae sobre el carisma inagotable de Brad Pitt, quien una vez más demuestra su capacidad para dominar la pantalla. Damson Idris, su joven coestrella, cumple con eficacia, aunque inevitablemente queda eclipsado por la presencia de Pitt. En el trayecto, la película recurre a los clichés clásicos del género: algunos funcionan mejor que otros, pero en conjunto el relato se mantiene firme. Su mayor virtud está en el despliegue técnico, impecable y vibrante, que asegura una experiencia visual potente. El entretenimiento, eso sí, está más que garantizado.
F1 no busca reinventar el género, sino entregar una experiencia visualmente impactante, protagonizada por una estrella que aún sabe brillar con fuerza. Es cine de espectáculo, hecho con oficio, que cumple lo que promete: emoción, velocidad y entretenimiento de alto octanaje.