Siempre hay una figura determinante detrás de los grandes mitos. Esas figuras legendarias que la historia se encarga de convertir en héroes o en villanos, que trascienden el tiempo y el espacio, siempre tienen a su lado a alguien que termina siendo esencial porque sin su presencia su leyenda nunca se hubiera forjado. El Mago del Kremlin (2025) de Olivier Assayas nos presenta a una de esas figuras que trabajan desde las sombras. Vladislav Surkov es una de las figuras más enigmáticas e influyentes en la política rusa. Se le conoció como el Titiritero del Kremlin por su capacidad para mover los hilos políticos desde las sombras.
En la novela de Giuliano da Empoli Le mage du Kremlin, el personaje central, Vadim Baranov está inspirado en la figura de Surkov. En ese trabajo de ficción Baranov es un consejero político que por años estuvo tras bastidores moldeando la estructura de poder político en Rusia. El director Assayas se nutre de esta obra para construir el guion de El Mago del Kremlin. El relato confesional de ese Baranov, ya lejos del poder, nos lleva en un recorrido que abarca desde los años 80 hasta la actualidad. El colapso de la Unión Soviética, la crisis constitucional, caos económico, la consolidación de los oligarcas, el ascenso de Putin, las protestas, la anexión de Crimea, la intervención militar en Siria, y en medio de todo, la vida privada de ese Baranov.
El Mago del Kremlin
Es tono testimonial se convierte en una espada de doble filo para El Mago del Kremlin. El filme es realmente efectivo reconstruyendo una larga y compleja línea temporal a la vez que hace una radiografía de su narrador. Pero también roza el tedio con el constante uso del diálogo entre el entrevistador y el entrevistado. Desde la memoria de ese Vadim Baranov, que interpreta a la perfección Paul Dano, se nos dan los sucesos que estructuran la historia, es su verdad la que digerimos. El público es ese Rowland (Jeffrey Wright) que entre asombro y suspicacia trata de procesar todo. La tercera pieza esencial en este rompecabezas es Vladimir Putin, que lo encarna Jude Law y desde lo físico es casi una copia al carbón del mandatario ruso.
La puesta en escena de Assayas es contundente y logra manejar muy bien la tensión en gran parte gracias al desempeño del elenco. Su discurso encuentra la forma para hacer precisas críticas políticas mientras reflexiona sobre figuras y momentos cruciales de la historia. El Mago del Kremlin hace un retrato de la política rusa contemporánea desde la ambigüedad de la ficción y la realidad. Es una confesión casi íntima de un hombre que es cómplice y arquitecto de un sistema en el que ya no encaja.
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