«Con la finalidad de defender su vida en libertad los aloitadores inmovilizan cuerpo a cuerpo a las bestias para raparlas y marcarlas.«
Cuando el lente se abre para sacarnos de la negrura de los títulos, una secuencia salvaje y poética nos introduce al mundo de As bestas (2022). El hombre contra la bestia en una danza ancestral impulsada por pura testosterona. La fuerza se impone ante la razón, con ella se establece el dominio y se marca territorio como conquistado. El director Rodrigo Sorogoyen (Que Dios nos Perdone, El Reino) empuña la metáfora para introducir su planteamiento. En cámara lenta vemos a ese caballo salvaje siendo domado y el lente cerrándose sobre su hocico, que late exhausto, como presagio inevitable de lo que ha de venir.
Antoine (Denis Ménochet) y su esposa Olga (Marina) ha dejado su Francia natal para establecerse en una remota comunidad de Galicia. La cercanía con la naturaleza, trabajar la tierra y vivir de sus frutos es todo lo que les motiva. Pero su llegada rompe con la dinámica rular del pequeño pueblo. Las tensiones comienzan a escalar principalmente con sus vecinos los hermanos Xan (Luis Zahera) y Lorenzo (Diego Anido). A medida que el guión, coescrito por Isabel Peña y el mismo Sorogoyen, comienza a desdoblarse vamos comprendiendo la raíz del problema, pero también se van planteando subtemas sociales, políticos, ambientales y sobre la propia naturaleza humana. No es sólo la gran corporación que quiere apropiarse de los terrenos para lucrarse bajo la bandera de la protección ambiental. También están, la xenofobia, las relaciones padres-hijos y el vínculo del ser humano con su entorno.
De bestias y hombres
El director utiliza el drama para seducirnos, pero una vez estamos dentro es el suspenso que nos inmoviliza. Latimos al ritmo de ese Antoine con el que es fácil identificarse y con él experimentamos el miedo que infunde Xan con cada palabra y con cada mirada. El universo de As bestas nos evoca la atmosfera de Peckinpah en su Perros de Paja (1971). Las víctimas y los verdugos son diferentes, pero en la estructura de su puesta en escena comparten la misma esencia. La cámara de Alejandro de Pablo (El Reino) es la responsable de meternos bajo la piel de los protagonistas. Esos primeros planos de Antoine son magistrales y enseñan todo lo que sus palabras no dicen. De igual manera lo logra con el personaje antagónico de Xan, desde la forma como lo ilumina hasta los ángulos que decide usar para encuadrarlo. Luis Zahera entrega una interpretación para la historia y crea uno de los villanos más memorables de las últimas décadas.
Entre las líneas del suspenso que agobia, Sorogoyen encuentra espacio para hablarnos de ese anciano olvidado al que su familia no le visita porque se ha mudado a la ciudad y allí ha prosperado y no necesita volver a ese viejo campo más que para tratar de capitalizar las tierras heredadas. Como también nos muestra a una esposa que ha decidido seguir el sueño de su marido, tal vez no del todo convencida. Nos enseña a un Quijote moderno que lucha contra molinos eléctricos sin un Sancho Panza que le acompañe.
As bestas abre una conversación amplía y permite múltiples lecturas al discurso que propone el director. En el centro están los dilemas existenciales de sus personajes que mueven todo el engranaje de esta maravillosa obra.