Puntuación: 5 de 5.

No dejes que tus recuerdos pesen más que tus esperanzas (Proverbio Persa)

No hay adornos ni artificios, cuando las primeras imágenes aparecen gradualmente en la pantalla podemos sentir la vida sin filtros. Un simple accidente (2025) de Jafar Panahi es un drama que se construye desde una puesta en escena minimalista que se soporta en una historia robusta y profunda a nivel emocional. En el mundo de Panahi el relato es el preciado tesoro y sus actores se convierten en guardianes celosos que lo defienden hasta con su vida.

Como si del efecto mariposa se tratara un simple hecho desencadena una serie de eventos para que el guion de Panahi nos meta de golpe en la vida de los protagonistas de Un simple accidente. Un camino desolado, la oscuridad de la noche, una familia y un desafortunado perro callejero que se cruza en el camino. Estos elementos sirven para preparar el escenario donde se nos introducen a los dos personajes centrales de la historia. Cuando Eghbal (Ebrahim Azizi) se ve obligado a pedir ayuda para reparar su auto, su presencia sacude a Vahid (Vahid Mobasseri) y un eco del pasado lo estremece.

Una vez que la rueda empieza a girar no hay vuelta atrás. Panahi nos atrapa en un drama que fluye con intensidad, nos hace reír, nos hace sufrir y nos hace confrontar dilemas morales que se quedan con nosotros mucho tiempo después de que los títulos finales han rodado en la pantalla. El trauma del colectivo y el antagonista torturador, representan un vehículo de expiación para el director, que ya ha cumplido sentencia de prisión en más de una ocasión en su natal Irán por protestar contra el gobierno.

¿Ojo por ojo?

 En Un simple accidente las preguntas que resuenan con más fuerza tienen una carga existencial. ¿Ojo por ojo? ¿Perdonar al agresor? Desde ahí el director estructura su discurso y nos encierra en un drama que coquetea con el humor aún en los momentos más oscuros. Lo absurdo resulta casi increíble, pero es la cruda realidad. La ceguera que produce la sed venganza encuentra luz en la sensatez que grita desde los más profundo de esas almas rotas. Vahid y su grupo son una representación de todo un país oprimido, mientras que Eghbal es el símbolo de un estado déspota que aún sin estar presente trastorna las vidas de todos.

Es impresionante que esta película rodada de manera clandestina tenga una fuerza visual tan impactante. La cámara siempre se posiciona en el lugar correcto y la maestría de Panahi transforma lo ordinario en elementos simbólicos que trascienden para convertirse en actos de resistencia. La secuencia final es brillante y la carga de suspenso que genera solo con un plano fijo es abrumadora. No fue un simple accidente que se llevara el máximo honor en Cannes.